Ruta por las pozas del esparto a Santa María
El domingo 2 de febrero el grupo de senderismo de Colmenar de Oreja recorrió el paisaje de nuestro pueblo. Son un colectivo que nació en Colmenar de Oreja, pero que no para de crecer gracias a la generosidad con la que acogen a las personas de municipios vecinos como el nuestro. Cada semana salen a practicar el arte de caminar por la Comarca del Sureste guiados por Rafa y la curiosidad de conocer el lugar que habitan: su historia, sus tradiciones, su paisaje…y -cómo no- poner en valor su entorno y los recursos que ofrece.
Fotografía: Policía Municipal.
Antonio Montes, vecino de Villarejo de Salvanés, hacía tiempo que tenía en mente efectuar una salida por la localidad que reside hace tres años, contando con la colaboración del Grupo de Senderismo de Colmenar de Oreja, al que se unió meses atrás y -por supuesto- la de los propios de Villarejo de Salvanés, para emprender ruta hacia los señoríos de la localidad alcorana.
La convocatoria estaba tipificada en el aparcamiento ubicado junto a la rotonda de la salida de Villarejo de Salvanés, al final de la calle Encomienda. Allí nos encontramos cuarenta y tres caminantes dispuestos a disfrutar de la ruta interesante diseñada por nuestro compañero.
Conectábamos con la Ruta del Valle de San Pedro hasta atravesar la Nacional III por debajo de un puente, para irnos desviando poco a poco del estridente ruido del intenso tráfico dominical. El campo se exhibía radiante. Las lluvias benefactoras de enero sacaban los primeros brotes verdones de las siembras otoñales en la campiña magnífica de nombres compartidos como la Dehesa del Pozo Lobo, la Dehesa del Potro y la Cañada de la Virgen que se hilvanaban con el Valle de San Pedro (…) y la cañada de la Virgen.
Abandonamos el camino del Valle de San Pedro para volver a ensamblar con la autovía, dejando por la derecha una abandonada majada de ganado lanar. La conexión con la carretera no se hizo esperar y deambulamos por la vía de servicio a la altura del km 56, por cuyo trazado se encuentran unas dependencias de mantenimiento en la que se enclava un depósito de sal para la prevención de hielo y nieve de la carretera. (…) El ramal de servicio ultimaba en un cruce en el que giramos a la izquierda para cruzar la autovía por un puente elevado hacia la antigua carretera nacional (…)
Antes de entroncar con la autovía nos desviamos por un camino a la derecha que nos alejó momentáneamente de la bulla circulatoria, haciendo un alto en el camino para que Antonio Montes nos indicara la ubicación de las famosas pozas de esparto, a caballo entre la carretera y el camino en una zona donde tiempo atrás transcurría el Arroyo de San Pedro. Al parecer, se hacían unos grandes agujeros cerca del cauce y se inundaban de agua.
El proceso de transformación del esparto se iniciaba en el monte, desarraigando las matas de esparto o atochas. Los esparteros se ayudaban de palillos para llevar a cabo la recolección, transportándolo en gavillas que extendían en el suelo del monte para dejarlo secar en la faena que se denominaba” la tendía”. El siguiente paso responde al nombre de ‘cocío’. El esparto se sumergía en las pozas de agua para que la fibra se ablandara, y al cabo de treinta o cuarenta días, se volvían a tender para su secado final. Después comenzaba el “picao”, operación por el que el esparto se sometía a un aplastamiento, golpeándolo con una especie de mazos para destrabar la parte leñosa de la fibra. Tradicionalmente, de esta labor se encargaban las mujeres por cuyo motivo recibían el apodo de “picaoras”. A continuación, entraba la labor del “rastrillao”, un proceso por el que se peinaban las fibras de esparto con rastrillos de púas de acero para separar los haces de fibra de sus hojas y despojarlos de sus partes leñosas. El proceso final se terminaba con “el hilao”, montando una rueca de madera movida por un “meneaor” que hacía girar unas garruchas en la que se enganchaban las fibras de esparto con los que se formaban los liñuelos o hilos de cordelería para futuras elaboraciones. Sobre ellas, los “hilaores” iban añadiendo más fibra rastrillada, formando hilos de un cabo que luego se corchaban con la gavia, componiendo las diferentes cordelerías. Esta artesanal elaboración nos da a entender el penoso y lento trabajo desde su recolección hasta su elaboración, teniendo en cuenta que se manufacturaba en tiempos de verano.
esparto o atocha albardín
El esparto o atocha, es una planta de la Familia de las Poaceas que tiene por nombre científico Stipa tenacissima y a la que familiarmente se la llama espartera o esparto fino, siendo una mata perenne que puede alcanzar o sobrepasar el metro y medio de altura. En estos cepellones, los espartos u hojas van brotando hacia el centro de la planta, quedando las hojas viejas por debajo. Florece en la primavera, formando sobre largos tallos unas espigas vistosas conocidas por atochines.
El albardín es también una planta de la Familia de las Poaceas que atiende por el nombre científico de Lygeum spartum y puede alcanzar o superar el metro de altura. Su nombre común es esparto basto o falso esparto y su utilización es prácticamente igual a la del esparto común. Es una mata más pequeña y se encuentra formando colonias perimetrales con más salinidad. (…)
Iniciamos una subida prolongada para dirigirnos hacia una zona conocida como los Peirones de Santa María, en la que se encuentra uno de los yacimientos más importantes de la Comunidad de Madrid. Su historia se remonta a la Edad del Bronce, calculándose su antigüedad en casi 4.000 años. Este asentamiento, ininterrumpido hasta el siglo XI, hace creer a los arqueólogos que podría tratarse del primer asentamiento primitivo en la historia de Villarejo de Salvanés.
Y, a propósito de los Peirones. Parece ser que fueron en un principio remoto, monolitos totémicos con figuras, algunos puestos en las proximidades de los poblados, al borde de los caminos, para salvaguardar a sus gentes y entidades. Desde la antigüedad, el ser humano ha necesitado ordenar y jerarquizar el espacio y esta función la ha desempeñado en multitud de comarcas; por eso, generalmente se colocaban a la entrada y salida de las poblaciones y en los cruces de los caminos que unían a un núcleo poblacional con sus vecinos, dándoles así una funcionalidad orientativa o rogativa.
Latimos a un ritmo tan rápido que olvidamos nuestra raíces
Francisco J. Buendía Zurita” Curro”